Desde lo alto de las montañas, como pájaros humanos que desafían la gravedad y no temen al peligro, decenas de hombres colgados de vistosos parapentes juegan con el aire y apuestan a descender alrededor del lago. Es entonces cuando tienen que sacar todas sus habilidades, manejar bien el cuerpo y aprovechar la dirección del viento para aterrizar sin chocar con árboles y edificios, o con quienes debajo practican vela, kayak y esquí.
Este es un espectáculo común en Valle de Bravo, pequeño rincón del territorio nacional en medio de montañas y a tan sólo 145 kilómetros de la Ciudad de México, denominado Pueblo Mágico desde 2005 en razón de su arquitectura, historia, geografía y leyendas en las que, sin pensarlo, todo visitante se involucra.
Es tierra de mazahuas, pueblo autóctono del centro de nuestro país que empieza a llamar la atención en 1850, cuando logra un desarrollo moderado y es declarado Villa. En 1947, gracias a su posición geográfica, fue elegido para que en su principal valle, el más fértil, se construyera la presa de Valle de Bravo, que dotaría de energía eléctrica a gran parte de la capital y el estado de México y, a la vez, para servir de atractivo turístico, ya que el nuevo lago serviría para realizar múltiples deportes acuáticos.
Hoy “Valle” está poblado por una comunidad multiétnica y por sus empedradas calles se pueden ver deambulando estadunidenses, alemanes, españoles, franceses e incluso japoneses y, por supuesto, muchas personas del DF, tan seducidas por Valle que compraron una casa o un departamento para refugiarse aqui los fines de semana.
Apenas al llegar, parece que sus intrincadas calles secuestran y sus casas de paredes blancas con techos de teja roja invitan a descubrir su frescura interior, sus pasillos adornados con macetas de rojas azucenas, malvas o buganvilias, y sus altos techos con vigas de madera envuelven al visitante en un torbellino de colores propios de ese México tradicional que aún se disfruta en la provincia. En medio de este ambiente, Valle de Bravo desarrolló una amplia infraestructura turística de gran lujo. Se puede jugar golf en campos profesionales o descansar en hoteles de lujo como el Avándaro, El Club de Vela Santa María o El Santuario que, además de todos los servicios habituales, ofrecen Spa, gimnasio y una muy buena cocina internacional.
A Valle se puede ir y regresar el mismo día, pero lo mejor es quedarse mínimo dos días: en sus alrededores, de noviembre a marzo, es posible visitar reservas naturales como el Santuario de la Mariposa Monarca, donde se pueden apreciar miles de estos magníficos ejemplares revoloteando a la luz del sol o pegadas a los árboles del tupido bosque, tan juntos uno de otro que no es posible ver la superficie del tronco. Si se prefiere se pueden alquilar lanchas para dar un paseo por el lago —es muy agradable y, entre más temprano, mejor— o también hacer un recorrido a caballo entre sus bosques. Si lo que se busca es aventura, el Parque Natural Bosencheve o la Reserva de Monte Alto tienen todo para practicar deportes de montaña, escalada en roca, ciclismo y campismo, así como el vuelo libre en ala delta y parapente, actividades extremas para los amantes de la adrenalina.
Lo más recomendable es, antes o después de las excursiones, planear un desayuno en alguno de los restaurantes a orillas del lago. La combinación de la brisa con un café caliente y uno sopes bien dorados no resulta nada mal. Después, sin prisa alguna, hay que ver la artesanía vallesana, que los fines de semana se consigue a buen precio.
Cuentan los lugareños que el Cristo que se encuentra en el altar principal del Templo de Santa María Ahuacatlán, era color madera natural y que el cura que atendía el templo tenía por costumbre besar sus pies todas las mañanas. Un día, personas que no querían al párroco pusieron veneno en los pies del Cristo, pero el mal no se logró porque el Cristo absorbió el veneno destinado al sacerdote, y luego se volvió todo negro. Hoy es conocido como el Cristo Negro y es muy venerado por los vallesanos, quienes aseguran que es muy milagroso.
Valle de Bravo es dueño de una amplia historia como protagonista de la Época de Oro del cine mexicano. En sus casas, en sus calles y en sus cercanías se filmaron muchas de las películas que dieron fama a Pedro Armendáriz, a Dolores del Río y a Evangelina Elizondo, lo que explica en parte por qué Valle no cambió nunca su arquitectura e imagen, valiéndole eso el ser denominado como Pueblo Mágico. Ahora en sus antiguas casas se establecieron galerías de arte, tiendas de diseño, artesanías, textiles e incluso pequeñas tiendas de autoservicio para, de esta manera, hacer una simbiosis entre el presente y el pasado.
Dónde comer
Una buena opción son los restaurantes ubicados alrededor del jardín principal, pero si quiere disfrutar de comida más elaborada, tanto nacional como internacional, La Michoacana es un lugar que se distingue por ofrecer a sus comensales cocina colombina y precolombina: escamoles, gusanos de maguey, chapulines al comal, tasajo de venado o la trucha arcoiris, un platillo de la casa que se prepara de diversas formas. Se ubica en la Calle de Cruz número 100, el pleno centro de Valle, abre los 365 días del año y su propietario, Omar Balbuena atiende personalmente.
Cómo llegar
En auto hay que tomar la carretera a Toluca y continuar por la carretera a Zitácuaro. Pasando Villa Victoria, tomar la desviación a Valle de Bravo. A una velocidad mediana se puede llegar en dos horas y media. Otra opción es llegar a Toluca y de ahí por la vía a Temascaltepec; la carretera de cuota está muy bien señalada y en buen estado.
En auto hay que tomar la carretera a Toluca y continuar por la carretera a Zitácuaro. Pasando Villa Victoria, tomar la desviación a Valle de Bravo. A una velocidad mediana se puede llegar en dos horas y media. Otra opción es llegar a Toluca y de ahí por la vía a Temascaltepec; la carretera de cuota está muy bien señalada y en buen estado.
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